En el hemisferio sur del planeta, la semana pasada fue el último día de marzo, el comienzo del fin de las vacaciones de verano, fenómeno que se produce en septiembre en el hemisferio norte. Esta época del ciclo solar, todos los años es algo difícil (imagino que la dificultad es similar en el otro lado del planeta), porque implica dejar el descanso, el sol, el relajo, pero, sobre todo, significa volver:
Volver a levantarse temprano de lunes a viernes, poner el despertador, apurarse, que los niños lleguen a la hora al colegio y luego al trabajo, que no haya tráfico para que no atrasarse, ¡ay hay taco otra vez! ¿Qué habrá pasado? Típico de lunes. Correr contra el tiempo, una reunión tras otra, una tarea sobre otra; pasar al supermercado, a buscar a los niños, necesita una cartulina para mañana, ¿puedes pasar a comprarla? Y no queda pan; se quemó una ampolleta; se acabó la comida del perro; cenar, bañar a los niños, hacer algo de deporte, descansar, realizar actividades diferentes para no sentir que solo trabajamos y nos dedicamos a la rutina, acostarse, dormir… soñar con anhelos que ya, por tiempo y agobio, dejan de recordarse. Y el martes, volver a empezar. Y el miércoles, y el jueves, y el viernes, siempre esperando a que llegue el sábado para desconectar, hasta que llegue la agonía del domingo por la tarde, para retomar de nuevo el lunes, y el martes… Y así, todas las semanas volver otra vez, hasta el próximo feriado, o las siguientes vacaciones. Luego de ello, volvemos a casa otra vez, ¿lo cual es más bien ameno o desagradable?
En enero fui y regresé de vacaciones. En ese viaje de vuelta vino a mi mente la pregunta ¿qué es volver? Pensé entonces que existen diferentes “volveres”. Hay “volveres” positivos y “volveres” negativos, es decir, unos que nos llevan a una situación mejor de la que estábamos, al contrario de los otros; unos dulces y otros amargos; unos que nos de-vuelven a un estado de paz y alegría, y otros que nos traen de regreso a la sensación de incertidumbre, inquietud, ansiedad, desesperanza. El volver trae consigo un sabor a almíbar, y uno de desazón a la vez. Me alejo de uno para acercarme al otro, pero ¿cuál es cuál? ¿El alejamiento es grato y la cercanía es ácida, o viceversa, o ambas a la vez? Todo depende de la situación.
Los retornos – como la mayor parte de los acontecimientos en la vida – no son blancos o negros: dejamos algo placentero a cambio de otra cosa que nos hace bien. Los fumadores abandonan el cigarro en pro de sus pulmones. Eliminamos el azúcar para no padecer diabetes. Lo mismo con las vacaciones. Hace unos días le comentaba a una colega “estoy cansada, ¡quiero vacaciones!” a lo cual, para mi sorpresa, ella contestó “yo no, necesito la rutina”. La novedad del estar decidiendo distintas cosas cada día, puede ser algo caótico.
Sin aún resolver mi cuestionamiento, revisé qué decía el diccionario de María Moliner sobre el concepto de volver. Había varias acepciones, pero a las que más sentido les encuentro es: “Hacer de nuevo o repetir lo que ya se había hecho”, y más aún a “Regresar al punto de partida”.
¿Cuál es ese lugar de inicio? ¿Cuál es el origen, los orígenes? Mucho se habla de volver a lo primigenio, pero tal vez no sea volver a ese estado inicial, sino que ir a él como si fuese la primera vez, y volver a habitarlo en el cerebro primitivo.
Sea cual sea ese comienzo, volver es estar de regreso:
–En casa, tu lugar, el cual te identifica y sientes que perteneces.
–En tu hogar, el más preciado refugio.
–En tu hábitat, donde te sientes cómodo/a, y puedes ser tú mismo/a sin contraerte ni ponerte máscaras ni disfraces ni aparentar algo que no eres. Ahí donde pones los pies sobre esa mesita, y haces chasquear los dedos de los pies.
–A “tus cosas”, esas tan domésticas pero que te devuelven comodidad: tu baño, tu cama, tu closet…
–En tu área conocida, esa que no te requiere reflejos condicionados, como propuso Pávlov, y te permite accionar en modo “piloto automático”.
–En tu ciudad, o en tu país. Pienso en todos aquellos que, en algún momento de la vida, por circunstancias políticas, han sido exiliados de su país, y tiempo después vuelven, al país de origen. A lo que siempre fue suyo y les fue arrebatado. Como dice la canción post-dictadura chilena, “vuelvo, amor vuelvo, a saciar mi sed de ti; vuelvo, vida vuelvo, a vivir en mi país”[1]
Pienso debieran haber distintos verbos volver, dependiendo a dónde o a qué: si es regresar a un sitio, es distinto a regresar a un estado anímico, o a una situación, o una relación; si cambiamos de posición, si hablamos de alguien versátil, si reanudamos y volvemos a empezar, si nos dirigimos de nuevos a un lugar en que ya hemos estado, si vuelve en sí o se vuelve en contra. También tendría que diferenciarse si ese regreso nos trae más regocijo que congoja, si fue por opción o “no nos quedaba otra”. Si esa vuelta es retroceder, o avanzar.
A propósito de retroceder, se tiene la errada percepción que este acto alude a volver atrás, como si esto fuese una involución. Sin embargo, suele ser necesario dar marcha en reversa para seguir avanzando, entonces el retroceso deja de ser un regreso. Como cuando el atleta camina hacia atrás para tomar impulso. O al desviarnos del camino, sin querer, y reculamos para tomar la vía correcta; o bien, decidir abandonar la línea recta y dirigirnos en otro sentido. Situación similar se gesta al encontramos con una bifurcación, y tomamos la ruta que no nos lleva a donde queríamos, entonces, volvemos atrás, al punto de partida, para tomar, ahora sí, el curso acorde a nuestro deseo. Aplica para una carretera, o un sendero en la vida. El mayor conflicto no está en retroceder, sino en desconocer el origen, o lo que deseamos realmente. Vuelvo para volver a avanzar.
Pienso también en el volver como un detenerse: para no caer en la tentación de lo que a futuro sería una mala decisión; para pensar dos veces antes de seguir adelante; o para disfrutar un rato de la cosecha antes de seguir sembrando.
Otra de las canciones que me inspiran y que suenan en mi cabeza mientras delineo estas ideas, es la que dice “Es hora de volver a mí, a contar / cantar, las cosas que me hacían bien de verdad”[2]. Por cierto, esta melodía aparece en mi mente cada vez que me alejo de mi centro – mi esencia - y me pierdo en lo que no soy yo, en los estímulos distractores del entorno, que abundan cada día más. De alguna forma, este texto es en sí mismo un volver de mi parte: volver a escribir, luego de varios meses, volver a publicar, volver a compartir una reflexión, esta vez acerca de volver al Diario de Karin.
Y si volvemos a una antigua relación, ¿cuál es ese volver? También depende si el regreso nos aporta más bienestar que malestar, y si fue por opción entre varias, o fue la alternativa menos mala pero no buena. Cuando dos personas se separan y transcurrido un tiempo… vuelven a juntarse. Es utópico creer que, en todos los casos, vuelven al amor que los une o que los unió, pero muchas veces es a la cómoda toxicidad, que es confortable solo por ser conocida. O a veces hay terceros motivos para ese volver, como antaño, cuando los padres se separaban y luego volvían a estar juntos para que los hijos no crecieran con padres separados o porque estar en pareja es más “normal” y se adapta mejor a la expectativa social. O peor aún, por el qué dirán. “Volver, es mejor volver”[3] dice otra canción. Mas no siempre es mejor volver. Estos volveres han evolucionado, y hoy es más aceptado que el regreso a la situación anterior – estar otra vez con esa pareja - sería mucho más perjudicial que el nuevo estado de cada uno de ellos, el de solteros, ¡enhorabuena! “Es posible que me traigas un perfume del pasado, pero nunca más el néctar de la flor”, dice la canción del músico argentino. El recordar no es sinónimo de volver a vivir. Volver al lugar de los hechos, a ese que nos trae al presente los recuerdos del tiempo pasado, no nos devuelve a ese lugar y momento que alguna vez fue. Solo nos acerca un aroma.
Si bien soy amante de los viajes, empatizo con las personas que nos les agrada o no les acomoda moverse, que no gozan de salir – de una situación, de un lugar, de una relación -. El hecho de trasladarse implica adaptarse, y si es un cambio temporal, implica volver, y re-adaptarse: a moldes, formatos y quehaceres que no nos son propios, a pesar de haberlos ocupado durante toda nuestra vida, pero al ver que existen otros, nos volvemos menos dóciles a los que creíamos nuestros. Más vale diablo conocido que santo por conocer, dice el refrán. Y no, yo pienso que no, que hay circunstancias en que el manjar por venir sabe mejor que el vinagre ya incorporado en nosotros, y que lo que esconde este refrán es el miedo a lo inexplorado, a lo que no sabemos cómo será, y por eso preferimos volver, a lo cotidiano, a “lo mío”. Incluso si ese diablo nos clava el tridente día a día, ya manejamos su dolor.
Cada vez que vuelvo de vacaciones, padezco ese espesor en mi cuerpo, esa sensación de cuando tomas un licor que te repica la nariz, pero luego te gusta: me gusta volver a mi casa-hogar, a la estabilidad del tiempo y el espacio, a la disponibilidad de mis cosas. Pero a la vez tengo la sensación de deber acomodarme nuevamente a un espacio mental y emocional del cual dudo cuán mío es. Y es que el tiempo de ocio nos muestra mundos hasta entonces desconocidos, y que nos pueden identificar más, y a los cuales sentimos que pertenecemos más. Lo amargo del retorno es algo así como volver a usar una prenda de ropa que nos queda pequeña o, aún más, que ya no se adapta a nuestro carácter actual, porque hemos descubierto la diversidad para nuestra esencia de lo que somos hoy. Como diríamos en inglés, that is not me yet.
Entonces, ¿cuál es el significado de volver? Nunca lo he resuelto por completo. Quizás la búsqueda de lo nuevo se ha transformado en una espera social de la que no queremos ser parte y, en efecto, queremos volver, preferimos volver, nos gusta volver.
Por tanto, si estás entre volver y no volver, recuerda por qué te fuiste de ese lugar donde comenzaste:
–Evalúa si merece la vuelta atrás
–La media vuelta
–O la vuelta entera.
–Y pregúntate si te trae más alegría habitar en el norte, en el sur, o transitando la línea del ecuador, allí donde se desdibujan los límites del volver.
[1] Illapu. Vuelvo para vivir. 1991. Chile.
[2] Fito Paez. Volver a mí. 2003. Argentina.
[3] Sergio y Estíbaliz. Volver. 2001. España.
Karin Froimovich G.
Abril 2024.
El Diario de Karin
Escritos de Karin Froimovich, un Trayecto, un Camino