"Si bien un marzo normal, promedio, de un año cualquiera, es como navegar un barco en alta mar en una tormenta, recuerdo lo que fue marzo pasado – segundo año de pandemia – ¡eso sí que fue un naufragio!". Marzo 2022.
Si las estaciones, los meses y los días del año fueran un evento geográfico, ¿cuál sería?
Una erupción de un volcán, como el de Chaitén en el sur de chile, por lo inesperado.
Temperaturas extremas en el desierto, por la variabilidad – primavera – o, por el contrario, temperaturas en zonas cercanas al mar, por el rango acotado.
La playa nevada en la costa azul de Niza, por su rareza.
O bien una puesta de sol en una calurosa tarde de verano, por lo calmo y sereno. Temporada estival o un apacible otoño.
Un huracán de norte américa, por lo voraginoso. Crudo invierno, o fin de año.
Un tsunami, por lo devastador. Comienzo del año, concluidas las vacaciones de verano.
Seguro que estas descripciones te recordaron algún otro momento del año, o algún día de la vida “para los que no nací, momentos en la vida que no existen para mí”, como dice la canción de Celia Cruz. Y otros que ¡qué daríamos por volver a vivirlos!
Personalmente, tuve la oportunidad de pasear por los mares del sur de Chile, que rodean el archipiélago de Chiloé, los primeros días de marzo. Entonces pensé en que si tuviera que graficar geográficamente el mes que da inicio oficial al año en el hemisferio sur, el mes de marzo, diría que es como el Golfo Corcovado: largo en duración, intempestivo, agotador, inestable, inconstante, vulnerable, que va de un lado al otro desafiándonos a mantener nuestro eje.
Marzo culminó, y sobrevivimos a él y a toda su tempestad:
A la entrada de los niños al colegio,
Al rompecabezas de horarios entre los distintos integrantes de la familia,
A la adaptación fisiológica y mental al cambio de hora y su nueva luz solar
A madrugar nuevamente,
Al caótico tráfico en la ciudad,
A las palizas que reciben nuestros bolsillos,
Y a un largo etcétera.
Y si bien un marzo normal, promedio, de un año cualquiera, es como navegar un barco en alta mar en una tormenta, recuerdo lo que fue marzo pasado – segundo año de pandemia – ¡eso sí que fue un naufragio!
Si un marzo típico está acechado por múltiples responsabilidades que se agolpan, golpean, mueven el eje central, estas deben instalarse y echarse a andar. Pero, al menos sabemos cuáles son, cómo es su proceso de instalación y funcionamiento, así como su duración. Lo que no fue así en pandemia, los años 2021 y 2022.
“¿Cómo fue?” Pregunta la memoria selectiva y protectora.
Comenzamos el año en cuarentena, acompañando a la adaptación de los niños a clases a través del computador. Si la adaptación a situaciones nuevas ya es difícil, lo es mucho más a escenarios complejos como niños pequeños en pantallas.
Resulta interesante que tres de nuestros cinco sentidos quedan excluidos en esa experiencia: el tacto, el gusto y el olfato, limitándose solo a la vista y el oído. Cosa similar ocurrió con los adolescentes con necesidad de socializar, así como las personas mayores y más aún con algún grado de Alzheimer. “Las clases de gimnasia por zoom nos ayudaba a saber que al menos el martes era martes y el jueves era jueves”, me comentaba asertivamente una de ellas. Cuán cohibida quedó la experiencia sensorial, tan propia de las personas.
A esto se sumaba la incertidumbre que atravesaba las cuarentenas y la pandemia, de no saber cuándo terminaría todo esto. De retomar la presencialidad, y días después retroceder por contagios. Todo esto también ocurrió en el vertiginoso mes de marzo.
Aunque ahora tampoco conocemos cuál y cuándo será el final, ya navegamos mejor en estas aguas. Ya nos hemos adaptado a timonear en estas nuevas olas grises y turbulentas, con menor dificultad.
Cuando recuerdo aquel complejo marzo, se me viene a la mente el malabarismo de actividades al interior del hogar y de manera simultánea: reuniones de trabajo, al mismo momento de las clases on line de nuestros hijos pequeños, una olla en ebullición, camas sin hacer, el timbre sonando, los perros ladrando y otros mordiendo los cables de los computadores…
Recuerdo haber intentado, de manera excesivamente optimista, participar en una reunión de trabajo al mismo tiempo que ayudaba a mi hijo a realizar un instrumento musical con materiales reciclados que solicitaba la profesora al otro lado de la pantalla en el computador contiguo. ¡Qué inocente fui al creer que sería capaz de alcanzar esas dos metas de manera simultánea!
Ambas cosas resultaron a medias, porque somos seres finitos que no podemos conseguir múltiples objetivos a la vez de manera igual de eficiente.
En ese momento me pregunté entonces cómo, como mamá trabajadora, puedo ayudar a mi hijo en clases, y sobrevivir en el intento. Varios meses después me di cuenta, o mejor dicho acepté, que la respuesta es: No se puede. Debemos, en cada momento, priorizar, elegir, optar:
Esta reunión virtual requiere mi presencia y participación, y por ende mi hijo no se conecta a esta clase. Más tarde tengo un rato libre y puedo acompañarlo. Cuando termine, el agua de la olla seguirá hirviendo y la comida estará lista. La ropa puede lavarse en la noche, igual que la planilla que puede esperar a después de almuerzo. Sabiendo – y sin olvidar - que somos todos humanos los que estamos detrás de estos timones en este océano, hasta el 2020, desconocido.
Entonces, cuando pienso en este finalizado marzo 2022, y recuerdo los dos marzos anteriores, apelo a la imagen que uno de estos días visualicé al caminar con mi hijo mayor, los dos solos, de vuelta del colegio: cada cierto rato le gusta detenerse, voltearse, mirar hacia atrás, y sorprenderse con lo mucho que hemos avanzado y lo lejos que está el punto de partida. Sin mirar cuánto nos queda hacia adelante.
¡Cuánta sabiduría hay en ese acto! Y cuánta generosidad con nosotros mismos:
Medirnos por nuestros avances y no por las brechas
Por la parte llena del vaso y no por la vacía
Por haber acompañado a mi hijo menor en una clase y no por no haberlo acompañado en las cuatro del día
Por haber sido malabaristas de nuestro día a día, sabiendo las bolitas que podíamos dejar caer y cuándo, y cuáles no
Por haber sido capitanes – o marineros – del barco de marzo, y haber sobrevivido a él de manera exitosa.
Y no se trata de conformismo ni autocompasión, sino de valorar y apreciar nuestras propias capacidades – que tan desafiadas se han visto en pandemia - de navegar situaciones, y en muchas ocasiones, naufragar. Y saber que aún quedan millas para alcanzar la próxima faja de tierra - ¿América? -, muchas olas de meses en la proa pero que, si lo vemos en términos estadísticos, y proyectamos hacia adelante el ritmo de avance que traemos de atrás hasta ahora, veremos que el punto de llegada es alcanzable, y tiene un plazo.
Entonces, hagamos una breve parada de descanso en el próximo puerto – abril – recarguemos combustible, y sigamos navegando con el mismo ímpetu, que las capacidades de capitán… ya las tenemos.
Juan Pedro
11.04.2022 17:40
Que buena reflexión. Muchas gracias por compartir. Aquí se confirma la frase de que “se hace camino al andar” y agregaría que tb “se vale” de repente voltear hacia a atrás y ver lo que se avanzó
Vivíana
06.04.2022 12:33
Me encanta leer la vida a través de tus escritos Karin. Gracias por compartirlo.
Nelly Alonso Meneses
06.04.2022 10:59
Reflexiones llenas de sabiduría. Ojalá tu hijo no pierda esa sabiduría, que solemos perder: no importa lo que falta, sino lo avanzado.
Comentarios recientes
23.09 | 01:53
Nada más "calentito" y acogedor que la lana 😍
Entonces se cumplió el objetivo del texto. Gracias Jeni!
23.09 | 01:38
23.09 | 01:01
Refugios... inspiradores, conectados con lo simple de la vida... Felicitaciones a la mejor!
Precioso escrito que me lleva a recordar mis refugios que tanto protejo. ¡Gracias!
22.09 | 23:36
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El Diario de Karin
Escritos de Karin Froimovich, un Trayecto, un Camino