La confianza, un bien preciado

Si tuviera que dibujar la confianza, haría la imagen de una persona lanzándose de espaldas a los brazos de otra; o la de mi hijo de seis años cuando salta desde la cama gritando “¡atrápame!” sin temor a caer en el suelo porque no duda que lo vamos a coger en nuestros brazos.

En los espacios laborales, como en varios otros ámbitos, un tema muy en boga es la confianza interpersonal. Varias personas en mi trabajo me han comentado que yo les genero confianza. “No suelo comentar mis temas personales con gente en ‘la pega’, pero contigo me nace hacerlo” han dicho, o bien, hablarme de la incomodidad que le generan algunas actitudes de otros, con la seguridad de que no se lo diré a los involucrados. ¡Esto me hace sentir muy halagada! Cuando a una de ellas le pregunté cómo definía la confianza, me respondió “para mí la confianza es poder expresar tus sentimientos sin temores, y sabiendo que el que escucha va a tener la discreción de guardar esa información, y a la vez, el tacto de responder lo que el emisor necesita para clarificar una idea”. ¡Qué acertada explicación!


No es fácil de encontrar, no es fácil confiar; y si confiamos, no es obvio que la confianza se mantenga. De alguna forma, siempre está a prueba, día a día, en cada acto que hacemos o que elegimos no hacer. Por eso es que la califico como un bien escaso y valorado.


En general, hablamos de bienes preciados para aquellos de mucho valor asociados a su escasez y por ende difíciles de contar con ellos. Por ejemplo, el oro. Hoy en día, el tiempo. El comodín de siempre, el dinero. Otras veces, el amor; ganar en los juegos de azar; o encontrar un trébol de cuatro hojas. De pequeña, supe que esta planta generalmente contiene tres hojas, y si hallábamos uno con una más, traería buena suerte. Siempre lo he buscado, nunca lo he encontrado. Igual que el tesoro al final – o al principio – del arcoíris. Por cierto, ¿quién ha podido llegar al lugar donde nace la mixtura del sol y la lluvia? Sin embargo, en mi experiencia, la confianza es un bien de un valor incalculable, y a veces pareciera que su escasez aumenta. La confianza en los demás, y también en nosotros mismos.


Sociedades modernas de alta demanda y exitistas, hacen que el entorno se vuelva una amenaza, por tanto, caemos en la tentación u obligación de desconfiar. Olvidamos que “si queremos ir rápido, vayamos solos, pero si queremos ir lejos, vayamos acompañados”. Llegamos a desconfiar de nosotros mismos, de nuestras propias habilidades, capacidades y cualidades. Tampoco siempre confiamos en las de los demás.


Hace algunos días escuchaba en la radio acerca de un estudio sobre la confianza en instituciones públicas en Chile (el Estado, Carabineros, Poder judicial, entre otras). Para la mayoría de ellas, la confianza por parte de la gente había bajado después del Estallido Social (ocurrido en octubre 2019), a lo cual una de las locutoras acotó “si no confiamos en nuestras instituciones, ¡entonces qué nos queda!” La confianza en las otras personas, pensé yo, en las relaciones interpersonales. ¿Y si tampoco confiamos en los otros?


La confianza también implica un acto de fe: creer antes de ver, lo cual se ve muy amenazado por la tecnología, que permite verlo todo incluso casi antes de pensarlo. La definición formal dice que es la “esperanza firme o seguridad que se tiene en que una persona va a actuar o una cosa va a funcionar como se desea”. Es tener la certeza de que las cosas sucederán a pesar de que no tengamos control sobre ellas. El refrán chileno diría que es tener la seguridad de que “no nos estén atornillando para el otro lado”. En otras palabras, que otros no realizarán ninguna acción que nos perjudique o que vaya en contra de nuestros deseos u objetivos.


“Confianza en otros es creer en la consecuencia del otro. Conocer sus reacciones y acciones frente a una situación. Si tengo confianza en ti puedo esperar que digas o hagas algo con respecto a una situación, si eso no sucede, la confianza puede verse mermada. Por eso para mí la confianza se gana. Tanto la confianza en otros como en uno mismo, es un trabajo que requiere tiempo”. A esta definición yo agregaría que también es saber que podemos cometer un error involuntario en cuanto a la confianza de la relación, pero si es robusta, podemos perdonar y confiar que este traspié se puede reparar. Porque confío en el otro. Porque la confianza es mayor que la falta. Porque podemos reconocer el desacierto y disculparnos.


La confianza también apela al sentimiento de poder ser uno mismo, sin miedo a ser juzgado o criticado. Conlleva cercanía, incondicionalidad y presencia; saber que no estás solo, que alguien está para ti. “Es un espacio seguro, de calma, y acogedor”, como tumbarnos en nuestra cama luego de un día intenso y agotador; “es el alivio o descanso que provoca la certeza, o un determinado nivel de ella”. Tener la seguridad de que el otro estará ahí para nosotros cuando lo necesitemos, y viceversa. Como dijo Benedetti, “Usted puede contar conmigo, no hasta dos ni hasta diez sino contar conmigo”.


A mi mente viene el nivel de confianza utilizado en estadísticas, que generalmente es del 95 por ciento, ¡cifra alta que entrega precisión! Ojalá pudiéramos estimar el nivel de confianza en otro – o en nosotros mismos – en términos porcentuales, y así poder calcular el riesgo asociado a ella. Si confío en un 50 por ciento, el riesgo de fallar es bastante alto, a diferencia de confiar en un 95 por ciento. Pero, afortunadamente, las relaciones personales (aún) no pueden ser calculadas matemáticamente, manteniendo así la esencia humana.


También tiene que ver con la familiaridad en el trato, amistoso y poco protocolar. Puede que esto se dé un poco más fácil que los demás ámbitos de la confianza. Sin embargo, esto no implica que nos guarden secretos, o que nos vayamos a sostener y apoyar ante alguna caída, o que nos recojan de ella, ni que confiemos en las capacidades del otro.


La cúspide de la confianza podría ser la lealtad… ¿Qué es la lealtad? Saber que defenderemos al otro incluso en su ausencia… igual de escaso y preciado que la confianza, pero aún más complejo de cultivarlo y aplicarlo. Es “poner las manos al fuego por otro”: tan alta es nuestra certeza sobre esa persona, que estamos seguros que no nos quemaremos.


Si tuviera que dibujar la confianza, haría la imagen de una persona lanzándose de espaldas a los brazos de otra; o la de mi hijo de seis años cuando salta desde la cama gritando “¡atrápame!” sin temor a caer en el suelo porque no duda que lo vamos a coger en nuestros brazos.


Pero, sea cual sea la definición que demos a la confianza, tanto formales como experienciales, pienso que es un bien que se escurre con facilidad. Debemos cuidarlo cuando lo tenemos. Sembrarlo y luego cultivarlo. Porque le gusta esconderse detrás del ego, mas para todos es relevante y necesaria.



Septiembre 2023


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