De cabeza en el pole dance,

todo se mira diferente

En el pole dance he encontrado mucho más que una actividad física, al igual que mis compañeras, a quienes - para construir este texto - les pregunté qué significaba este deporte para ellas. Con toda mi gratitud, les dedico esta columna. 

El deporte nunca ha sido una de mis fortalezas, pero siempre he sabido lo beneficioso que es realizarlo, no solo para el cuerpo físico sino también para la salud mental. “Mente sana en cuerpo sano” dijo Juvenal en el siglo II, frase frecuentemente usada para justificar las bondades del ejercicio… ¡que no hacemos! Pero que bien sabemos que debemos practicar. Recuerdo una declaración de una amiga: “no me gusta hacer deporte, lo hago solo porque sé que es necesario”. Por todo eso, siempre estoy esforzándome por “moverme” y desarrollar actividades no sedentarias.


Así, en busca de alguna práctica deportiva post pandemia, el año pasado descubrí el pole dance. Sí, el baile del caño. Llegué de manera muy fortuita, podría incluso decir que yo no llegué a él sino que él llegó a mí. Porque una tarde de enero 2022, saliendo de una pizzería con mi familia dentro del barrio en el que vivimos, mi hijo mayor sugirió caminar hasta el final de la vereda donde se ubicaba el local. Al llegar al tope, descubrimos una academia de baile. Entré a preguntar por clases de baile, a lo cual me responden que solo quedaba un cupo para pole dance.


–¿Qué es eso? – pregunté desde el total desconocimiento.

–Las barras – mi indicó la directora con el dedo.


Mi primera reacción fue de rechazo, ¡cómo iba a hacer yo lo que hacen las vedettes en los cabarets! Pensó mi creencia prejuiciosa. Pero unas horas después, mi espíritu disruptivo preguntó “¿y por qué no?”. Y decidí probar.


¡Mi primera clase fue un desastre! Pasé más tiempo en el suelo que de pie, paliando el desmayo. Es que romper patrones… asusta y marea, dijo la profesora. Pero no desistí. Afortunadamente.


Porque en el pole he encontrado mucho más que una actividad física. Quise comprobar esta experiencia con mis compañeras, para lo cual les consulté qué significaba el pole dance para ellas.



–El pole me ha mostrado, con creces, que la práctica hace al maestro. Nadie nace sabiendo, pero si practicamos con disciplina y constancia, tarde o temprano alcanzaremos el objetivo. Por cierto, esto ha servido de ejemplo para mis hijos cuando, al intentar algo sin éxito inmediato y comienzan a toparse con la frustración, les digo: “Tú crees que yo en el pole dance me subo a la barra y a la primera me resultan los trucos? ¡No! Pero lo sigo intentando, y mientras más lo hago, más lo logro”. Y más capaz me siento, más confío en mí misma, y encuentro más modos de hacerlo y de no hacerlo.


–La práctica del pole dance es un orgullo. Antes de entrar, no sabía lo que era estar cómoda con mi cuerpo. Tampoco sabía que podía llegar a hacer tanto, porque toda mi vida he tenido presente el “no vas a poder”. No creí tener la fuerza necesaria o la voluntad para hacerlo. Con orgullo he superado todas esas barreras y he ido aprendiendo mucho más de lo esperado. Empecé a sanar por dentro, y me ha enorgullecido tanto del proceso que cuando me preguntan, con orgullo y la frente en alto digo que practico el pole dance.


–El pole dance es resiliencia. ¿Te parecen conocidos esos días en que todo sale diferente a lo planeado, “que me levanté con el pie izquierdo y todo me salió mal”, y sientes que retrocedes, o al menos, te estancas?  Yo sí. En aquellas clases en que siento que no avanzo y que estoy perdiendo el tiempo, me acuerdo de la primera vez que hice pole dance – la clase desastrosa – ¡y se me pasa! Pienso, entonces, que aunque no estoy en el nivel en que me gustaría estar, tampoco estoy donde empecé. Mirar hacia atrás y ver ese largo camino recorrido, me hace sentir fuerte y orgullosa, para volver a pararme, y subirme a la barra otra vez. Sé que aunque tome más o menos tiempo, lo voy a lograr.


–También es una salvación, para esos días similares a los del “pie izquierdo”, en que no hay norte claro y nos sentimos deambulando por la vida. No sabemos a dónde vamos y pareciera que nada tiene sentido. Entonces, el pole dance actúa de brújula que indica la estrella a la cual navegar.


–El pole dance me ha roto esquemas, no sobre este deporte sino sobre mí misma. Cambió la forma de ver mi propia vida:


Aquello que me asustaba, ahora me da fuerza


Aquello que me avergonzaba, ahora me hace sentir honor


Aquello que me dolía, ahora me da garra para seguir


Aquello que me desanimaba, ahora me entrega ímpetu para seguir haciéndolo, y cada día mejor.


Al ponernos de cabeza en la barra, el pole nos entrega literalmente otra perspectiva, nuevos puntos de vista desde los cuales mirar la vida. Al igual que otros deportes menos convencionales como el alpinismo, montañismo, el buceo, o el paracaidismo, nos regala la oportunidad de llegar a sitios que de otro modo no alcanzaríamos y que nos regalan nuevos panoramas:


La cima de una montaña


Las profundidades del mar


El sentirse más liviano en el agua o en el aire


O la sensación de volar.


Y con ello desafiar nuestros límites físicos pero, sobre todo, cerebrales. Cada práctica es un reto a nosotras mismas, con la cual crecemos y nos expandimos internamente. Nos demostramos que somos capaces de llegar a lugares inimaginados. ¿Acaso pender de una barra solo con una pierna, soltando los brazos, la cabeza colgando, y reincorporarse, es un lugar común? No lo creo. Además, en forma invertida, todo se ve diferente, tampoco sabemos qué es “adelante” y qué es “atrás”. 


El pole dance es individual, pero pese a ello, todas las alumnas de una clase somos un equipo, que nos entregamos apoyo físico, mental y emocional unas a otras:


–“Yo te ayudo; te estoy afirmando, no te vas a caer”, es uno de los primeros impulsos para encontrar la comodidad y permanencia de más de dos segundos en la postura.


–Guiar de manera racional en el camino para alcanzar cada truco - “tienes que hacer la fuerza desde la guata y ponerte como rollito” – también colabora al logro, sobre todo a practicantes más intelectuales como yo.  


–Y el apoyo emocional – “dale, tú puedes, nada de que no puedo” – es otro incentivo. Recuerdo la frase de una de mis compañeras en uno de esos días de temor y sensación de atasco: “¿sabes por qué no lo has logrado aún? Porque eres miedosa. Y no tienes que tener miedo porque tú eres fuerte”.


Como bien dijo mi hijo menor, “para que yo aprenda, alguien me tiene que ayudar”. Si bien hay personas autodidactas o situaciones en las cuales nos vemos obligados a formarnos solos, el aprendizaje se facilita si es acompañado. Todo el tiempo que he practicado pole dance he afirmado que no hubiera logrado gran parte de lo alcanzado si no fuese gracias al apoyo de mis compañeras, y de las profesoras.


–Para mí, el pole es una evolución. Al principio era un medio para poder volver a moverme y hacer ejercicio, un compromiso conmigo. Iba a entrenar porque sentía solo que necesitaba bajar de peso y verme-sentirme bien. Pero ahora, se ha vuelto un hogar. Es parte de mí y de mi felicidad, y uno de los motores que me mueve día a día. Es la conexión a mi centro, a mi mente y a mi alma; un regreso a mí misma; un desconectar para conectar y volver a enfocar; un espacio de crecimiento y expansión, un aprendizaje infinito. Un lugar de encuentro; el segundo hogar, un sitio seguro, en el que nos inundamos de amor propio, de motivación y de compañerismo.


–Es sentirme cómoda conmigo, confiar plenamente en mis capacidades, cuestionando mis propias creencias sobre mí, quebrando patrones y su robusta fuerza de gravedad, y viendo hasta qué punto puedo llegar.


–El pole es definitivamente mi deporte, el único que me ha mantenido encantada y constante desde el primer momento, y con el cual me proyecto por varios años.


En suma, cuando descubrí el pole dance y, con él, una gratificante experiencia deportiva colectiva, también se reveló un refugio para todas aquellas que lo estamos practicando, una suerte de mirador que muestra nuevos paisajes y por ende nuevas formas de vivir.


Si estás buscando ese espacio para hacer ejercicio y aún no das con él, o no te mantienes constante, busca más que un deporte: una zona donde te sientas a gusto y feliz. Un espacio al cual te den ganas de llegar. Y que, además, te lleve “al infinito y más allá” como diría el personaje de la película infantil. Que te abra la mirada y así puedas observar más, observar diferente, observar desde más lejos, observar desde más alto. Que te pongas de cabeza, para volver a centrarte. Saber cómo nos queremos sentir en cada actividad que hacemos, y también como no queremos sentirnos, es más importante que la meta. Hacerlo con pasión es lo que nos permitirá tomar la ruta correcta, y mantenernos en ella.



Enero 2023