La semana pasada me hackearon el wasap. Para las generaciones mayores que no sepan lo que es hackear, es cuando un ser desconocido nos arranca nuestra identidad virtual. Más simple: es alguien que se apodera de alguna de nuestras redes sociales digitales o alguna de las aplicaciones que tenemos en el celular, tipo banco, y la maneja, haciéndose pasar por nosotros. Y a esa persona, nunca la vimos físicamente, ni sabemos quién es.
Después de darme cuenta de este fenómeno, al recibir múltiples mensajes por otras vías virtuales de comunicación – Instagram, Facebook, mail – me di cuenta de lo ingenua que fui. ¿Por qué? Porque recibí un llamado de una supuesta entidad gubernamental para hacerme una encuesta. Mientras respondía, mi socióloga interna criticaba lo mal diseñada y mal aplicada que estaba esta herramienta. Además, a destiempo, ya que consultaba acerca de la vacunación por el COVID19 (¡cómo no iba a responder!). Incluso le comenté al sujeto que se hacía pasar por encuestador:
–Esta encuesta debieron hacerla hace un año, porque ahora uno ya no se acuerda, hay mucho el sesgo de memoria.
–La estamos haciendo a todo el país – me comenta. (Y seguro que sí, he sabido de muchos otros ingenuos que cayeron al igual que yo).
–Me parece perfecto – respondí – pero debió ser antes. Pero no importa, sigamos – insistí.
En su desarrollo, me indican que me conectarán con una grabadora que me entregará un código identificador (no clave, código) para luego entregárselo al encuestador. Grasso error: hice exactamente lo solicitado. Cuando ya me aburrí de contestar la encuesta - ya que eran más de diez minutos, y me repetían las preguntas - y yo ahora criticaba la encuesta y el proceso en voz alta, decido cortar. Y es ahí cuando me doy cuenta que mi wasap había sido usurpado.
La tecnología y la digitalización nos ha abierto cuántas puertas, más aún en pandemia, al poder conectar con cualquier persona ubicada en cualquier lugar del mundo, instantáneamente. La magia de la tecnología. Y esto genera la sensación de mayor control sobre el mundo. Sin embargo, no visualizamos que este control también es por parte de terceros, hacia nosotros mismos. Antes no existía el hackeo, ni siquiera la palabra (y hoy, incluso el Word la reconoce). Los asaltos eran presenciales, igual que las estafas. No digo que esto sea mejor, lógicamente, sin embargo, las vías de transgresión personal eran en cantidades menores, y menos complejas, es decir, más previsibles y, por ende, prevenibles. Más controlables. Tampoco voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor, ya que pienso que esa es solo una mala jugada que nos hace la memoria selectiva cuando los tiempos actuales se ponen arduos. Pero sí puedo decir que, en algunos sentidos, eran más simples, menos enredados.
Aumenta la vulnerabilidad y la sensación de pérdida de dominio sobre el mundo, sobre nuestro mundo, nuestras cosas, o lo que creemos que es nuestro. Que somos dueños de. La cantidad de cosas que debemos mantener bajo nuestro mando es mayor y, por tanto, la posibilidad de perder el control sobre ellas también es más alta.
Si bien al principio me generó mucha rabia e impotencia el arranque abrupto de una de mis identidades virtuales - digamos que no bendije precisamente a los personajes que realizaron dicha acción – me empezó a parecer atractivo e incluso entretenido el ser tema de conversación dentro de los grupos de wasap, de lo cual me enteré a través de lo que me comentaba mi esposo. A muchos de mis contactos les pidieron entre 240 y 250 mil pesos. Yo proponía, a través suyo, que hicieran la transferencia y ¡luego organizáramos un asalto en masa!
También me indujo a esa creación, y la nueva sensación de diversión, que me contactaran, al mismo tiempos, personas con las cuales hace mucho tiempo no hablo, y me compartieran los pantallazos de supuestas conversaciones conmigo. Estar en boca de vecinos y vecinas, de grupos de amigos o ex compañeros, de papás y mamás del curso de mis hijos… Literalmente, con un hackeo como este se consiguen quince minutos de fama. Es poco tiempo, es indigna la forma, pero es fama al fin y al cabo. Algo placentero e incluso gracioso me resultó el observar mi propio mundo… sin mí, desde fuera. Supe incluso que me excluyeron de más de un grupo, y crearon otro “post hackeo”, bajo la paranoia de que mi usurpador de wasap lo estuviera leyendo y tomando parte de lo que allí se hablaba.
Cuando ya había soltado totalmente la sensación de impotencia – de la ira por inocente no logro desprenderme – surgió mi fase analítica. Me llama la atención el nivel de destreza e innovación de estas personas para hacernos caer en la trampa de una encuesta, a profesionales sociales y de la salud como yo, de quien abusaron de su buena voluntad, empatía e ingenuidad. No obstante, ¡cuán básicos son al momento de ponerse en contacto con nuestros conocidos! Afortunadamente, ¡ninguno creyó que era yo quien les solicitaba el dinero! (sí, ninguno cayó en la trampa como yo). Si son tan hábiles para ingresar, a distancia, a un dispositivo totalmente desconocido, ¡cómo tan torpes para dejar escapar esa amplia red de contactos e información! Afortunadamente, nada de lo comentado en los grupos parecía ser extraído y utilizado con otros fines. Por suerte, esa habilidad aún no la manejan, no han podido tomar ese control.
Además, ¡cuánta información es la que transcurre en las redes virtuales! Es lo que más abunda en estos medios, la gran mayoría inútil y distractora. Apremian las urgencias en desmedro de la importancia. En palabras de Byung-Chul Han, “la información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa sino deformativa”. En este sentido, en ciertos momentos abrumantes de información “en bruto” que corre tormentosa por wasap, extraño esa semana que estuve desconectada de esta red.
Y debo admitir que sentí cierto relajo al estar obligadamente fuera de este medio por unos días, ya que al intentar reestablecer mi cuenta de este tan preciado medio de comunicación, me indica que solo en siete días podré volver a acceder. Y pienso entonces, quien me necesita me llamará, o yo llamaré. Como antaño. Antes no teníamos ninguno de estos medios de comunicación, y nos conectábamos igual, en el sentido original del término: estar en relación, comunicados, sabiendo el uno del otro, being in touch. La situación tiende a ponerse ambivalente, ya que, luego de transcurridos algunos días, es fácil caer en la falacia de sentirse fuera de ciertas redes de apoyo.
Si bien aquí he ironizado con algunas partes de la historia (me resultaría imposible organizar un asalto), sí he querido “dejar sobre la mesa” - ¡no por wasap! – algunas instancias de reflexión.
Por ejemplo, la necesidad de desarrollar la desconfianza. Se suponía que en 2012 el mundo se transformaría en uno mejor – puesto que no se acabó -, y tuvimos la esperanza de que post pandemia seríamos más acogedores los unos con los otros. De pronto siento que esta supuesta tendencia, se revertió. Lo primero que pensé al cortar la llamada y ver la usurpación de mi wasap fue “nunca más contesto una encuesta”. Y eso atenta contra los valores de esta profesión y la lealtad a los incipientes colegas que realmente hacen encuestas para obtener datos que permitirán una mejoría social en algún tema. Por cierto, una colega me decía “no te pasó por ingenua, ¡te pasó por socióloga!”. Incluso me preguntó “¿cuándo vas a escribir sobre la ingenuidad del sociólogo?” A pesar de que el modo de hablar no era el más adecuado para un encuestador, que no distinguía una pregunta de una afirmación, que repetía las preguntas… pensé en que todos alguna vez estuvimos en el lugar de principiantes, aprendices, que no sabíamos hacerlo bien, pero que solo la práctica permite aumentar esta capacidad, y que por ende hay que apoyar su proceso.
Por otro lado, ha sido extraño y divertido a la vez, que todos duden de mi identidad al contactarme por este y otros medios. “¿Cómo sé que no eres el hacker?” Apelar a audios, a recuerdos comunes, o a fotos del momento, ha sido lo más eficaz. Por ejemplo, a uno de mis primos, mencioné frases típicas de mi abuelita. No tuvo duda que era yo.
También he podido notar la no inmediatez de este medio de comunicación. Sí, NO inmediatez. Estos días que he estado sin wasap, he debido comunicarme “como antes”: llamando por teléfono a quien deseo transmitir un mensaje. Eso sí que es inmediato. Y esta acción tiene incluso un sabor a romanticismo, a nostalgia. La gente se sorprende al recibir un llamado de alguien conocido (no de una empresa ofreciendo algún producto o servicio), y parto la conversación diciendo “es que no tengo wasap así que te llamo, como a la antigua”, y la reacción ha sido de total acogida. Creo que incluso mantendré esta práctica ahora que tengo wasap nuevamente. Me ha devuelto tiempo, y estrechez de lazos.
Por último, lo que me parece más sorprendente, es que nuestra identidad, en lugar de fortalecerse con los medios tecnológicos de comunicación, pareciera volverse más vulnerable y mucho más fácil de alterar, tanto por terceros como por nosotros mismos. Resulta “a la mano” mostrar diversas identidades por las redes – mostrar que estamos contentos cuando realmente no o estamos; hacer creer que en la pandemia nos sentíamos en un momento de vasta creación, cuando en realidad era una ardua lucha contra la ansiedad -, altercando así la esencia de lo que realmente somos. Algo similar a lo que ocurre con la información y el conocimiento: la primera es la que más se ve, pero el segundo es el que trasciende. Como dice el mismo filósofo Han, “ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube”. Por tanto, mantener “los pies sobre la tierra”, el cable interno conectado a las raíces en lugar de vincularlo a algún dispositivo móvil electrónico y a su infinita información, se hace cada vez más indispensable para mantener estable nuestra propia realidad.
Marzo 2023
El Diario de Karin
Escritos de Karin Froimovich, un Trayecto, un Camino