La amigdalitis de la Presencialidad

Inspirada en el comienzo del libro "La amigdalitis de Tarzán" de Alfredo Bryce Echeñique, esta es una reflexión sobre la virtualidad de estos tiempos. 8 de octubre 2020.

Hace muchos, muchísimos años, al final de mi época escolar, leí el libro La amigdalitis de Tarzán, de Alfredo Bryce Echeñique. Una de las partes que más me gustó y nunca olvidé, fue su principio: “Tener que pensar, ahora, al cabo de tantos, tantísimos años, que en el fondo fuimos mejores por carta”, aludiendo a una relación de pareja.

Unos años después, en el tiempo del auge de una de las primeras plataformas de mensajería instantánea, el Messenger, tuve una pareja en que, cada encuentro presencial terminaba diciéndole “tener que pensar que, al cabo de tantos, tantísimos encuentros, en el fondo somos mejores por Messenger”. Porque la no presencialidad nos permitía ser más sinceros, más francos, abrir nuestros corazones, y mantener largas y fluidas conversaciones.

Una de las premisas de la Sociología sostiene que nada es capaz de reemplazar la presencialidad al momento de establecer vínculos. ¡Qué paradoja frente al COVID 19!

Por otro lado, los seres humanos sabemos adaptarnos a una y otra circunstancia: si no nos adaptamos a las reuniones virtuales, quedamos fuera de ellas, excluidos de nuestro medio, ya sea el trabajo, las clases virtuales de nuestros hijos, e incluso las juntas entre amigos un día viernes o sábado por la noche, donde una copa de vino clama ser bebida entre abrazos y risas presenciales.

Esto también aplica para el intercambio de bienes y servicios: hacer las compras habituales “on line” a través de diversas aplicaciones, o encargando múltiples productos de necesidad básica, y no tan básica, cuyos datos fueron entregados por contactos vía Wasap, Facebook, Instagram, o cualquier otra plataforma virtual.

Después de cientos de días de aislamiento socio-espacial, de pronto pensé, y temí, que la virtualidad de los encuentros se vuelva normal y natural. Imaginé de pronto, un día de primavera, en el mes noviembre o diciembre, en que regresemos, por ejemplo, a nuestros lugares de trabajos (¡si es que aún existen esos lugares físicos!) y caigamos en la cuenta que las reuniones eran mejores / más eficientes / más agradables / más entretenidas, a través de un computador, o que podíamos estar con micrófono y cámara apagados, cuando la reunión se hacía cansina, y desarrollábamos otra tarea al mismo tiempo (como escribir este texto). Que las juntas entre amigos eran más prácticas desde casa. O que ya no necesitemos salir a buscar productos porque lo encontramos de manera virtual sin requerir perderse en una masa de compradores, porque el producto accede a nosotros.

Estoy comenzando a dudar que la presencialidad sea irremplazable.

Por eso, parafraseando a Bryce Echeñique, me rehúso tener que pensar que después de tantos, tantísimos días de confinamiento, seamos mejores por pantallas.

Comentarios recientes

23.09 | 01:53

Nada más "calentito" y acogedor que la lana 😍

Entonces se cumplió el objetivo del texto. Gracias Jeni!

23.09 | 01:38

23.09 | 01:01

Refugios... inspiradores, conectados con lo simple de la vida... Felicitaciones a la mejor!

Precioso escrito que me lleva a recordar mis refugios que tanto protejo. ¡Gracias!

22.09 | 23:36

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