Vamos creciendo, y nuestros refugios van cambiando, aunque tal vez solo transmuten: el armario en que nos guarecíamos de niños pasa a ser una habitación o una bodega, o simplemente nuestra casa; los juegos se vuelven los hobbies (...) Son lugares donde nos sentimos a salvo, del entorno y de los miedos, serenos, felices, y donde por instantes el mundo se detiene, y nos podemos bajar de él, como diría Mafalda.
Un domingo por la tarde, un amigo me contaba sobre su fin de semana. Con sus amigos, habían hecho una fiesta de despedida a uno de ellos, ya que emprendería una nueva etapa con su novia y dejaría el departamento compartido. En sus palabras sonaba gran emotividad, empañada de nostalgia y tristeza. Se trataba de un grupo de amigos, me decía, veinteañeros aún, viñamarinos, que emigraron a la capital buscando horizontes diferentes al de la costa. Y ahora, el futuro casado, se dirigía hacia otro cielo, que no cubría a los demás amigos.
Le pregunté entonces qué era lo que más congoja le causaba, a lo cual me responde:
– El hecho de que él deje este departamento, implica que este lugar deja de ser nuestro refugio. Ya no podremos dejarnos caer todos los fines de semana para encontrarnos, compartir, y desahogar lo que nos pasó durante la semana. Este hogar ya no será nuestra guarida. Eso es lo que me genera más tristeza.
En el fondo, la despedida no era por el amigo que se mudaba de hogar, sino por aquel hogar mismo que se mudaba de forma, pasando de ser refugio… a departamento.
Si pensamos en la historia de la humanidad, el ser humano siempre ha tenido refugios, guaridas, cuevas, porque ha necesitado contar con lugares en los cuales protegerse del peligro externo, aislarse, guarecerse. Los peligros han evolucionado – de las garras de los animales salvajes a las garras de los humanos “civilizados” que atacan con armas, bombas, palabras y violencias -. También nos protegemos de los peligros naturales – terremotos, huracanes – en sitios resistentes frente a estos fenómenos. Los mismos animales se protegen de la naturaleza, o de otros animales: las aves, en árboles con troncos huecos, el topo bajo la tierra, o como propuso mi hijo menor, tal vez la araña teje su tela para protegerse de la tormenta.
Pero también se han incorporado peligros internos, que no apuntan al desequilibrio físico sino emocional. Eso que nos hace dudar de nuestras capacidades y habilidades, cuestionando y vulnerando nuestra permanencia y sobrevivencia en situaciones en las que nos encontramos actualmente, que nos ha costado trabajo conseguir, y que nos acomodan y nos mantienen estable.
Como sea, la necesidad de resguardar nuestra integridad, persiste. Esa de sentirse acogidos, cobijados, abrigados de un mundo a ratos hostil, lúgubre, inhospitalario, y frío. Ese deseo de sentirnos seguros y escondidos, que nadie nos vea, pero que nosotros sí podamos ver hacia afuera y a los demás.
Pienso en esos refugios de los niños:
El armario, un escondite lleno de rincones y mundos por descubrir, como ocurre en Las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis;
Los juegos y el escenario que en ellos arman a su parecer;
Una habitación con su propio “desorden ordenado”, en el cual saben dónde está cada cosa;
O la calle, la plaza, la esquina, la cuneta, los vecinos;
Los brazos, abrazos y regazos de mamá, papá, o de otros adultos que nos cuidaran o nos entregaran seguridad;
Una casa en un árbol (por cierto, siempre quise tener una, y creo que nunca he dejado de quererlo), ese espacio acogedor, de madera, elevado y camuflado, cerca del cielo y la tierra a la vez.
Vamos creciendo, y nuestros refugios van cambiando, aunque tal vez solo transmuten: el armario en que nos guarecíamos de niños pasa a ser una habitación o una bodega, o simplemente nuestra casa; los juegos se vuelven los hobbies; nos cobijamos en la familia, sanguínea, extendida, o la que nos dé un sentido; o la misma soledad que, en palabras de Hannah Arendt, es solitud, ya que no estamos solos sino acompañados por nosotros mismos; a veces el trabajo también ocupa el lugar de refugio. Son lugares donde nos sentimos a salvo, del entorno y de los miedos, serenos, felices, y donde por instantes el mundo se detiene, y nos podemos bajar de él, como diría Mafalda.
También vienen a mi mente esos refugios meramente emocionales:
La fe. Personalmente, admiro profundamente a las personas que creen firmemente en una divinidad, sin cuestionarse su existencia ni unicidad, y así, pueden siempre cobijarse en ella.
Alguna práctica artística como pintar, tejer, escribir, leer, tocar algún instrumento musical.
O sumergirnos en el mundo ficticio de las películas o series, pudiendo así observar la vida de otros, empatizar con ellos e identificarnos con sus personajes, y hacernos parte de sus vidas y de los lugares que transitan. Observar nuestro pasar desde afuera. O de plena ficción, habitando mundos artificiales, tal como lo hacen los niños.
Para otros, el realizar ejercicio físico: un deporte, caminar, o actividad física al aire libre, permiten conectar con ese espacio de calma.
Otras veces son lugares lejanos, aislados, como la cima de una montaña, una playa de difícil acceso, o una cabaña en medio de un bosque.
A veces los refugios también son recuerdos, de momentos ya vividos, o de personas que ya no están físicamente. Y paradójicamente, para otras personas, son espacios cubiertos de multitudes, en donde su unicidad se pierde entre las de otros.
En algunos momentos, pueden ser sitios de consumismo de cosas materiales.
Lamentablemente también hay espacios disfrazados de refugio, pero que a la larga integran un peligro mucho mayor y atentan contra nuestra integridad mucho más que si no lo estuviera. Sustancias que entregan placer inmediato, pero que a largo plazo causan un daño acumulativo tanto para quien las ingiere como para su entorno, mucho mayor al placer obtenido inicialmente. Solo entregan una ilusión de seguridad, que se desvanece rápido y se vuelve un monstruo en contra de nosotros mismos.
Al final del día, somos seres finitos y vulnerables, muy distantes de controlar la vida y el mundo en su totalidad. Por ello necesitamos guarecernos, físicamente y emocionalmente. Sea cual sea nuestra forma de protegernos, velemos porque nuestros refugios nos entreguen mayor bienestar que perjuicio, y que los que tenemos hoy nos cobijen más que el recuerdo de lo que tuvimos ayer.
Graciela
23.09.2022 01:01
Refugios... inspiradores, conectados con lo simple de la vida... Felicitaciones a la mejor!
Luli
22.09.2022 23:36
Precioso escrito que me lleva a recordar mis refugios que tanto protejo. ¡Gracias!
Marcela Cortez
22.09.2022 23:28
Qué hermoso, Karin. Justamente hoy pensaba en mi refugio.
Irina
22.09.2022 22:44
Que lindo, Karin ♥️ encuentro refugio en la ficción, en los abrazos de cariño, en mi manta de lana y en la existencia de mi gato
La autora
23.09.2022 01:53
Nada más "calentito" y acogedor que la lana 😍
Jeniffer Carrillo
22.09.2022 22:39
Me encantó, me hace reflexionar sobre cuáles son mis refugios.
La autora
23.09.2022 01:38
Entonces se cumplió el objetivo del texto. Gracias Jeni!
Comentarios recientes
23.09 | 01:53
Nada más "calentito" y acogedor que la lana 😍
Entonces se cumplió el objetivo del texto. Gracias Jeni!
23.09 | 01:38
23.09 | 01:01
Refugios... inspiradores, conectados con lo simple de la vida... Felicitaciones a la mejor!
Precioso escrito que me lleva a recordar mis refugios que tanto protejo. ¡Gracias!
22.09 | 23:36
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El Diario de Karin
Escritos de Karin Froimovich, un Trayecto, un Camino