La renuncia, la no-elección, y el autoexilio

Decidir, elegir, optar, preferir una cosa sobre otra, nunca ha sido fácil, porque implica dejar aparte otras opciones. Siempre que abandonamos algo que no nos satisface, también estamos dejando las partes de ese algo que nos gustan. Y ahí está el miedo de decidir: a extrañar aquellas facetas bondadosas de lo que estamos dejando de elegir y que, si las ponemos en una balanza, terminen pesando más que aquellas perjuiciosas.


Abril 2023

La renuncia


Hace dos meses renuncié a mi trabajo anterior para tomar uno nuevo. Si bien la oferta era mejor en términos económicos, y el trabajo a realizar me pareció atractivo y desafiante, dudé en asumir el cambio, en tomar ese riesgo. En el lugar laboral en el que estaba, desde un tiempo a esta parte no me sentía cómoda, por motivos de diversas índoles; aun así, algo dentro de mí quería seguir dando la pelea. No desistir. No abandonar. No rendirse. Don´t give up. Pero tampoco tenía claro qué era eso por lo cual peleaba.  


Todas las condiciones de esta nueva oferta eran evidentemente mejores y más prometedoras. No obstante, tenía miedo: a dejar lo que ya conocía, la zona de confort, que no siempre es confortable, pero que nos atrae puesto que ya sabemos cómo es. “Más vale diablo conocido que santo por conocer” dice el viejo refrán.


Miedo a empezar de nuevo y de cero. Como si la experiencia no existiera y no se in-corporara dentro de nuestro ser. Solemos decir que lo comido y lo bailado no lo quita nadie, pero falta agregar que lo vivido y lo aprendido tampoco. Eso que no ponemos en nuestro curriculum ni en nuestra hoja de vida.


Creo que solo quería lograr algo en cuyo entorno ya era imposible. Como si pusiéramos una araucaria en un desierto: su sistema no es capaz de sobrevivir en ese entorno, a no ser que adopte nuevas características y deje de ser araucaria. Entonces, ¿por qué mi duda de moverme? Como la metáfora del perro sentado sobre el clavo, que le molesta lo suficiente para quejarse, pero no lo suficiente para desplazarse y salir de él.


Y es que decidir, elegir, optar, preferir una cosa sobre otra, nunca ha sido fácil, porque implica dejar aparte otras opciones. El costo de oportunidad, dirían los economistas. Toda elección es, a su vez, muchas no elecciones:


–Es una renuncia

–Es hacerse a un lado

–Es un autoexilio

–Es quedarse fuera de la selección, diría la teoría de sistemas. Pero ¿fuera de qué?


Solemos hablar del “lujo de renunciar”. Me pregunto ¿por qué elegir algo mejor para mí y para mis seres más cercanos, y decidir sentirnos mejor, es un lujo? Pienso en tantas mujeres cuyas cargas domésticas y mentales no les permiten hacer no-elecciones, ya que perjudicarían al entorno que cuidan, y no pueden cuidar de ellas mismas. Esto último, ¿acaso sería un lujo?


 

La no-elección  


Si decidimos abandonar un lugar, también estamos no-eligiendo lo bueno que recibimos de él. Si es el caso de un trabajo en modalidad dependiente, puede ser un sueldo y su estabilidad, el grupo de trabajo, o simplemente, seguir haciendo lo que sabemos hacer y hemos hecho todo el último tiempo. Pienso en los osados emprendedores que deciden dejar su empleador para autocontratarse.


Esto aplica para muchas otras situaciones: una renuncia a una relación, a un barrio y una vivienda en donde transcurre nuestra vida, a un país, a un hábito nutricional o físico, entre muchos otros.


Siempre que abandonamos algo que nos molesta / disgusta / desagrada / no nos satisface / no nos llena / nos causa más malestar que bienestar, también estamos dejando las partes de ese algo que nos gustan / nos agrada / nos hace sentir seguros, felices, cómodos / nos llena / nos causa bienestar. Y ahí está el miedo de decidir: a extrañar aquellas facetas bondadosas de lo que estamos dejando de elegir y que, si las ponemos en una balanza, terminen pesando más que aquellas perjuiciosas. Los accesorios no se venden por separado, decía el slogan comercial de los años 90, el cual apelaba a juguetes cuyos elementos que lo componían, no podían comprarse de manera aparte cada uno de ellos.


Algo así como decir:


–Quiero vivir alejada del ruido urbano, pero con todos los servicios básicos de la ciudad.

–Quiero tener un patio natural, pero no consumir agua en mantenerlo.

–Quiero la libertad de la soltería, pero sin sentirme sola los domingos.

–Quiero disponer de mi tiempo, pero también quiero ser mamá o papá.

–Quiero las mejores oportunidades para mis hijos, pero sin tener que pagar por ellas.

–Quiero trabajar poco y ganar mucho dinero.


En términos simples, podemos sintetizar esta idea en “una cosa por otra”.


Como me dijo una compañera cuando estábamos comenzando nuestra etapa laboral y nuestras responsabilidades económicas eran tanto menores a las de hoy, por lo cual yo podía trabajar media jornada: “tienes tiempo y plata, los dos bienes más preciados”. No tuve la necesidad de renunciar a uno de ellos.


Se suele escuchar personas que, luego de abandonar algo – trabajo, relación, barrio, o cualquier otro – comentan “estoy tranquilo/a”, muchas veces anteponiendo un “al menos”. Con esas pocas palabras, presiento que estamos comunicando que “en la situación anterior era tan grande mi malestar que, aunque aún no me siento plena/o con esta elección, al menos no me hace daño, y por eso estoy en calma”. Si tenemos la fortuna de afirmar que estamos contentos/as en la nueva situación que elegimos, podemos afirmar con más seguridad que “fue una buena decisión”. Y cuando sabemos que la situación que dejamos empeoró – por ejemplo, un trabajo en donde hayan "exiliado" a muchos trabajadores, o un barrio en el cual vivíamos se tornó más inseguro – sí que nos entrega mayor certeza de poder afirmar lo oportuna que fue la elección que hicimos.


Una colega, quien luego de haber trabajado diez años en un organismo público ha decidido tomar un nuevo rumbo laboral, y me comentaba sobre el proceso de selección y las entrevistas que debió dar. En una de ellas, le preguntaron “¿no te da miedo dejar este lugar en el cual llevas tanto tiempo?” a lo cual ella respondió “más miedo me da quedarme”. ¡Qué coraje y sabiduría hay en esa respuesta! Por cierto, fue seleccionada exitosamente en el puesto y comienza, en este nuevo escenario, con toda la fe y seguridad, a principios del mes entrante.


Cuánta alegría me dio escuchar esta noticia, el haberse atrevido a “dejar el clavo” a pesar de estar acostumbrada a él, que le haya molestado lo suficiente no solo para quejarse sino también para buscar otro lugar y salir de aquel sitio. Y es que a veces pensamos que, donde nos encontramos, es donde mejor podemos estar. A pesar de considerarme una persona más bien conservadora y poco arriesgada, con la necesidad de certezas y bajo riesgo, me gusta alentar a que levantemos la mirada, y veamos que nuestro mundo no termina donde miran nuestros ojos. Y cuán bueno es cuando alguien nos entrega esos binoculares que nos amplían la visión, dándonos con ello una “bofetada de realidad”.


En muchas ocasiones, no es falta de voluntad por hacer frente a nuevos desafíos, a situaciones que pese a ser mejores son desconocidas y eso genera temor e incertidumbre – como los nervios que generan el primer día de clases - sino que no nos sentimos capaces de enfrentarnos a algo nuevo y lidiar con ello. Como si un monstruo dentro nuestro nos dijera “no vas a poder”. Creernos menos competentes de lo que realmente somos: el síndrome del impostor. Creemos ser impostores que hacen creer a los demás que somos capaces, como si no lo fuéramos, pero lo somos, y finalmente el engaño y boicot no es a los otros sino a nosotros mismos.  


En otras situaciones, el temor a decidir es tan grande que preferimos incluso ser expulsados, por un tercero, del lugar en el que estamos. En el caso de un trabajo, que el empleador nos despida. En el caso de una relación, que sea el otro quien decida terminarla. Si bien no es agradable esa sensación de rechazo, a la larga, “nos han hecho el favor” de tomar la decisión por nosotros, aliviando la dificultad que genera esta acción.


Porque siempre que decidimos hacer un cambio, hacemos una apuesta. Si bien generalmente hablamos de apostar en relación a dinero, la RAE lo define como “depositar la confianza en una persona, idea o iniciativa que entraña cierto riesgo”, riesgo que proviene del desconocimiento de esta novedad. No tenemos la certeza de lo que nos proveerá, porque nunca hemos estado en ella. Sin embargo, apostamos que los éxitos serán mayores a los fracasos, los beneficios más que los perjuicios, los buenos momentos más que los ingratos, haciendo todo lo que esté en nuestras manos para que así sea, depositando la confianza en algo sobre lo cual nuestro control es muy bajo o nulo.


Salir de una zona en la que llevamos mucho y por lo cual se ha vuelto cómoda, pero que nos estanca, me hace pensar en lo que una querida amiga emprendedora me comentaba hace algunas semanas: “Estoy en un punto de quiebre del emprendimiento. Si quiero hacer crecer el negocio, debo dar un salto. Pero yo no estaba preparada para esto”. Estas palabras me trasladaron a las imágenes de:


–La oruga que, cuando piensa que es su final, se convierte en mariposa.

–Las uvas, que son pisoteadas para transformarse en vino.

–Los diamantes, que se forman bajo presión.


O como dijo Einstein, “no pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis (…) trae progresos. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar 'superado'”. Mención especial a la pandemia del COVID19 la cual, como crisis sanitaria, conllevó múltiples dificultades y finales, pero también dio inicio a innovaciones casi imposible de haber sido gatilladas sin una crisis.



El autoexilio


Desde mi perspectiva, el apogeo de las renuncias y de las no-elecciones son aquellos valientes que deciden dejar su país de origen. Si bien apuestan a mejores condiciones de vida, aquello a lo que renuncian es muy grande y valioso:  


–Una red de apoyo social familiar, barrial, de amigos, etc.

–Un idioma, una cultura, y un modo de relacionarnos con los otros.

–Alejarnos de aquella calle que conocemos, tanto en sus frutos como en sus baches.

–Es elegir desterrarnos, desenraizarnos, para – literalmente – “echar raíces” en otra tierra.

–Es decidir extrañar una vida y un mundo con el alto costo, muchas veces, de la soledad.



¿Y entonces?


El mundo es cada vez más complejo, en el sentido de la cantidad de opciones que tenemos, y a cada segundo nos encontramos en la necesidad de elegir. Intentemos que las elecciones que hagamos no sean basadas en el miedo, sino en la apuesta en la cual estamos creyendo. Sin aludir a una decisión impulsiva, sino que bajo la calma que dilucida el temor ¿Y si tenemos susto? Pues actuemos a pesar de él, con él, y junto a él.  ¿Y si me arrepiento? Mejor arrepentirnos de haber decidido saltar del barco a uno que se dirige a horizontes más acordes a nuestros ideales, que quedarnos estancados en la misma latitud que ya conocemos, pero que no nos dirige a ninguna estrella.




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